lunes, 10 de diciembre de 2007

Sórdida esperanza

Hoy ha sido uno de esos días cortos. Toda la mañana durmiendo y simplemente levantarse para ir a trabajar. Cumplir con la papeleta y volver a casa. Un día vacío. La rutina siempre me recuerda a un libro de Boris Vian, el de "la espuma de los días" . Hoy no ha habido demasiada espuma que digamos. La enfermedad va remitiendo y su vacío va siendo ocupado por una sórdida esperanza que acompaña siempre a las fechas próximas al fin de año. La esperanza del cambio o más bien la esperanza de que el cambio es posible. Cada año nos visita y cada año nos defrauda. Los desertores como yo, sólo encuentran aliados en la desidia y en la melancolía. Ciertamente si no fuera por el deseo, que nunca se marchita, habría alcanzado el paraíso de los estoicos: una dulce y sana ataraxia. Pero quién puede tener eso en este mundo que vivimos. De todas maneras hoy hubo un momento en el que pude sonreír y fue por una ocurrencia propia en la que me veía flotando hacia mi felicidad con un libro de Jorge Bucay alzado en la mano. Es bueno que aun quede espacio para el humor aunque sea un humor amargo.

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