sábado, 16 de febrero de 2008

Acercandose la Tarde

Una vez dijo Machado describiendo el nuevo descubrimiento llamado ferrocarril: "vamos en una centella".
Empiezo la segunda taza de café desde el comienzo del día y pienso que en cada momento hay un principio, basta sólo poner la conciencia detrás de los acontecimientos para que ahí de frente aparenten ser nuevos. Abro por vez primera la ventana y dejo que entren los primeros rayos de luz a la habitación y no importa que el sol de este día ya sea viejo y este ya alto en el cielo esquivando milagrosamente las nubes. La ropa en la terraza ondea y restalla bajo la mano del viento y podría ser bandera perfecta de mi anarquía. Porque no tengo gobierno desde que vivo este encierro. Arturo sin Grial, Moisés sin Nilo, Aranjuez sin su concierto. Sigo royendo los huesos secos de las horas mientras fuera los pájaros hacen de su vida efímera un trino y la belleza de su melodía se trenza con mi amargura y levanta una columna dórica de melancolía. Tal vez en ella reposa ahora mi pensamiento de igual manera que lo hace ese gato sobre el muro ocupado en su instintiva coquetería. Suena la música en mi ordenador, suena la que yo quiero pero no lo hace como yo quiero. Su melodía se derrama hacia abajo y me arrastra con ella a las regiones ocultas del suelo. Siempre igual golpeándome de narices contra la eterna encrucijada dual de las cosas. Ellas a mi lado y yo al lado de ellas. Medida y abismo, escalera y pozo. Se acerca la tarde inevitable y decir esto significa que vemos el futuro, que podemos estar ahí antes de que ocurra. Podemos fragmentar el alma tanto como queramos hacia atrás, hacia adelante, hacia todos los lados y todas las distancias y así queriendo verlo todo nos perdemos. Porque aquí y ahora no podemos estar, nos duele e inquieta nuestra propia oscuridad, nuestra falta de contenido. Somos demasiado anhelo, nómadas en el tiempo buscando reconciliarnos con el universo. Y aquí estoy yo sin moverme, encerrado en un sueño. Viajando con la mente muy lejos hasta llegar al lado de quien me lee y poder decirle esto, contarle mi pequeña historia mientras se acerca la tarde con un sol que esquiva las nubes y un gato gandul que no presta atención al trino de los pájaros efímeros. Y es que ocurre que a veces las cosas minúsculas construyen un gran laberinto, tan solo basta que pongamos la conciencia en el lugar inapropiado para que surja del centro de la oscuridad el bramido de un nuevo minotauro

jueves, 14 de febrero de 2008

Baratijas de la memoria

Cuantas cosas no vi, no veo, no veré. Es fina la línea que dibujamos sobre el tapiz de los acontecimientos. Las posibilidades se nos presentan infinitas ante los ojos pero somos siempre esclavos de una elección única. Escoger un camino es negar todo lo demás. Siempre el beneficio que obtenemos una vez que elegimos es menor que la infinita incertidumbre de lo que dejamos atrás abandonando todo lo que pudo ser. La acción es un acto de locura, una impostura irracional. Después viene eso que llamamos Yo y la voluntad a lamer las heridas y a prestar consuelo. Despilfarro mi vida desplegando mi conciencia en todo lugar en que no estoy, en todo tiempo que no me pertenece y de esta manera a veces mi presente es infinito y eterno. Pero el deseo no duerme y tira del collar y hay que dar un paso, escribir o amar. Esquivar el daño o acariciar la piel que se nos ofrece, llenar de otros el vacío, hincar las rodillas para saciar la sed entre unas piernas o plantar cara levantando el puño. Escoger es arriesgarlo todo, dejar de ser uno mismo para poder tener lo que era un sueño. Saltamos sobre el abismo y una vez al otro lado todo lo que fuimos se hace recuerdo… una baratija más de la memoria.

martes, 12 de febrero de 2008

Fracaso

El café humea en la taza, el aromático vapor se trenza perezoso con el humo azul de un cigarro abandonado. Momento perfecto, momento nocturno. Enciendo otro cigarro pero distinto… este porta un don, un regalo vegetal que espesa el silencio y me hace bajar un poco más hacia mi mismo. Me siento y espero delante de los muros. Respiro y saboreo esta noche. No los veo pero siento que en este mismo segundo hay gente también en silencio haciendo a saber qué cosas. Tal vez algún amigo del pasado que ya no me habla o alguien a quien quise. ¡Eh! Estoy aquí. ¿Me recuerdas? Siguen ahí los muros, las malditas sentencias del Yo que me encierra y me censura. No importa, yo voy a seguir viajando un poco más de recuerdo en recuerdo, visitando cada uno de mis abandonos. El tiempo ha hecho estragos y las imágenes no calman mi nostalgia. ¿Dónde esta aquel olor? ¿De qué hablábamos estando juntos en tantas tardes? ¿Por qué te fuiste con la mochila tan cargada de odio? Siempre igual… el pasado no sacia y no da respuestas. Siempre silencioso es un faro engañoso que nada ayuda en las tormentas del presente. Pero el hambre de la añoranza es siempre la tierra donde germina la esperanza. La que promete frutos dulces en la mañana siguiente del nuevo día. Así recorro mi tiempo, inerme soñador, detenido observador, feliz a mi manera. Y temo que esta rutina en la que paseo a diario sea tan mía que con nadie pueda compartirla. Me gusta la tibia serenidad de esos momentos y la sensación de pertenencia a ese instante, a esa imagen. Sí, hablo de fracaso. Pero también se puede estar bien en esa ninguna parte, hacer un refugio a media tarde con las ventanas cerradas y dejar que nos acune con su melodía el odio a todo. ¿Sigues ahí? ¿Aun me acompañas? Se esta bien en mi mismo, no voy a ninguna parte. Aquí se puede descansar, estar de paso, huir o permanecer. Sólo pido silencio.