domingo, 9 de diciembre de 2007

Reflexiones entorno a la belleza.

Hay rostros capaces de hacer bellos ciertos gestos, gestos que hacen hermosas a algunas personas. Me gusta el gesto de la insolencia. El de la insolencia desconfiada. El gesto que se retira retando y haciendo que entres lentamente en el terreno del insolente o de la insolente. Un gesto seductor que me seduce. Lamento no ser pintor para poder deleitarme más con los infinitos matices de los gestos. (Soy un mirón lo reconozco. Silencioso observador desde las sombras) Es difícil en nuestra vida cotidiana urdir hipótesis acerca de lo que nos atrae hurgando en la antropología o removiendo trastos obsoletos y polvorientos de la metafísica. Si seguimos la estela de unos ojos soñadores debe ser que queremos soñar lo que esos ojos sueñan. O incluso robarlos con nuestro amor para ser nosotros mismos el sueño. El amor... siempre tan destructor. Frecuentemente y por algún motivo cuando pienso en la belleza acabo hablando del deseo y de ahí al amor hay un parpadeo. Tal vez porque visto desde una estética que ahora mismo invento, la belleza es la parte mas activa del objeto contemplado y no un juicio del sujeto, de esta manera el único juicio posible es el deseo de poseer lo contemplado o que no haya deseo alguno. Y si esto último no fuera cierto sólo nos queda la vileza del concenso. Creo que hace falta un sustrato, las condiciones necesarias para que pueda nacer un deseo y de ahí cualquier movimiento, incluso el del amor. Por eso hay gestos que me gustan, melodías que despiertan la melancolía y ausencias que llenan de tristeza su vacío. La belleza es ineludible e intangible y solo nos queda a los que hemos abandonado y desertado mirar y seguir mirando.

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