miércoles, 30 de enero de 2008

Aquel que nada desea siempre será libre

Hoy me espolea una urgencia sin nombre. Un deseo de poner fin a una situación que no conozco y que no puedo llegar a identificar. Como cuando apetece comer algo que no esta en la nevera o poseer algo que no está al alcance. No. No sé que es. No intento dando círculos llegar a ningún secreto ni perfilar el rostro o la figura de algo oculto. No hay nada, sólo la urgencia y el apremiante deseo de movimiento hacia alguna parte, cualquier parte o más bien ninguna parte. Un residuo del corazón es posible como lo es una falsa explosión en un motor. Un movimiento para nada e improductivo.
Aun mantenemos la idea de que los errores que cometemos son el resultado de nuestras decisiones, de nuestra falta de información, de formación o por una mayor o menor afiliación a lo que llamamos el Mal. Sí, de acuerdo, en parte, cada una de estas ideas podría fundar una academia de filosofía o una secta, pero también hay espacio para un error sustancial en cada individuo, un fallo de fábrica lejos del alcance de la voluntad o del yo que permanece escondido en el tejido de las bases nitrogenadas y nos hace fracasar. Escribo pensando en el protagonista de los “apuntes del subsuelo” y en el más famoso pero poco leído K. de “El proceso”. Escribo siendo yo mismo víctima de uno de esos movimientos sin nexo recordándome que cada vez que el deseo se adueña de mi se abre la posibilidad de la infelicidad. Que quede claro que el Yo no desea sino que es usado por el deseo. De esta manera un deseo sin nexo según en que casos pueden ser la grieta de los imposibles o el sello de la locura.

miércoles, 23 de enero de 2008

El cuerpo recuerda.

El cuerpo tiene memoria. Lo sé… lo siento. Aprendí esto leyendo a José María Álvarez y por él me acerqué casi enseguida a Cavafis encontrando allí a su vez la sensualidad de la añoranza que se desprende de muchos de sus poemas. He de reconocer que en aquel tiempo lo que leí de Cavafis fue traducido por J. M. Álvarez y aun hoy no tengo claro quien de ellos hablaba en aquellos poemas pero para el caso es igual. Eso es la cultura, un tránsito por un territorio de nadie, un paisaje en el que morar y maravillarse. Por eso todos los que se empeñan en someter la creación humana al fetichismo del mercado mediante la imposición de etiquetas, collares y otros bozales no se enteran de nada. Están ciegos y los compadezco porque no pueden maravillarse como lo hago yo.
Pero regreso a la memoria del cuerpo. La que me tortura cada noche con la nostalgia del placer pasado. La que impulsa al deseo a buscar a tientas en la oscuridad la piel hace tiempo olvidada. El cuerpo recuerda el olor que acompañaba al goce y me despierta de madrugada pidiendo su parte de aquella rutina maravillosa. Me pregunto, a veces, en mi delirio onanista si quien imagino en ese momento es el objeto de esa nostalgia sin nombre. No lo sé, no puedo saberlo pero basta para reconciliarme una vez mas con ese recuerdo de algo que no pudo completarse, de algo perdido e irrecuperable. Ese vacío me acompaña escrito en alguna parte de mi carne. La misma carne que estoy dispuesto a entregar las veces que haga falta a cambio del placer.


Aunque sea aquí y ahora
llega viejo y gastado,
de muy lejos en el recuerdo.
En este momento, la piel tersa
sobre mi cuerpo
viene de otro tiempo,
desde la piel de un nombre olvidado.
No son estas caricias las que estremecen mi carne,
esta noche,
en esta hora silenciosa,
son otras
lejanas que regresan una y otra vez
desde aquel momento perfecto y pretérito
desde aquel deseo que recuerdo.
Ahí esta, nuevamente, poderoso sobre las manos
que me acarician aquí y ahora
para sumergirme en el sueño de una visión irrecuperable.

martes, 15 de enero de 2008

El Universo es Armonía.

Siempre he sido un negado para la música. Me gusta, eso sí pero no muestro un interés excesivo en saber qué escucho o que me gusta. Me es difícil tener preparada una rápida respuesta para decir a qué bando pertenezco del millar de legiones que existen. Jazz, rock, alternativa, new age, house, punk, fusion, drum & bass, etc. Pero tal vez sea porque mi interés es más, por eso que es común a todas las músicas, su capacidad para trasportarnos a otro estado, a otro momento, su poder para revivir recuerdos y a los muertos. Cuando, digámoslo musicalmente, nos hace vibrar. Rebuscando en mi cabeza entre los viejos bártulos que aprendí en la teoría del conocimiento siempre tropiezo con aquello de que la verdad es sólo coherencia en un sistema de ideas o hipótesis de una parcela de la naturaleza. La visión de la ciencia expresada en términos epistemológicos. Dicho en mundano, se puede decir que algo es cierto, no porque lo sea en si mismo sino porque lo que afirmamos de ese algo es coherente con el resto de afirmaciones que poseemos del mundo. Por supuesto esta verdad esta siempre cuestionada y su carácter es siempre provisional y cualquier descubrimiento de un nuevo fenómeno puede poner en duda una parte de ese sistema y en consecuencia la coherencia de todas las hipótesis. Y bueno te fumas un porro mientras piensas en todo esto y de ahí a pensar que la coherencia podría ser un reflejo de una armonía inherente al universo hay un paso. Las ideas, las buenas y las malas, podrían ser simplemente armónicos de una sinfonía silenciosa de las cosas. Cuanto mas amplios sean los armónicos mejor sería la idea. Pensar seria cantar e idear componer para acercarse al todo. Y claro los que no piensan por si mismos están toda su vida metidos en el Karaoke.
....Sí, el Universo podría ser Armonía.

martes, 8 de enero de 2008

Bajo el sol esperan reptiles.

Bajo el sol los reptiles esperan por el alimento de los insectos. En las dunas se arrastra cansado el amor, ya muy lejos de cualquier oasis. Nada se perturba en la naturaleza excepto mi respiración silenciosa bajo la mano de la soledad. Aun quedan mariposas, abandonadas ya por el verano que son presa fácil de los sueños. Y por supuesto, las plantas que como viejas secas y olvidadas cuchichean con el viento la historia de mi derrota. Pero yo estoy al otro lado de la ventana, fumando en calma sobre la cama, ya es de noche y hago como si no escuchara, como si me agradara el sonido de los grillos. Espero que de repente ocurra algo, un vértigo o un vómito de besos antiguos. Espero beber el agua que purifique todo el moho que hay en mis entrañas, todas las mentiras que, susurradas desde los labios del pasado, entraron en nombre del amor y pudrieron mis vísceras. Yo no soy esta roca que resiste absurda el embate del tiempo. Yo no quiero esta orilla ni esta costa, mi mundo es el bosque y el árbol. La brisa rompe el cerco del calor y llama con su voz a los escarabajos y a los perros famélicos. En la calle siempre hay un festín de miseria y de cartón apilado. Brazos y piernas apenas entrevistos como visiones fugaces de ángeles evanescentes, olvidados por el dios al que pertenecieron. Yo comulgo y me hermano con ellos en cada sorbo de este amargo veneno del tiempo. Se que pudiendo ser ellos soy ellos, es la lógica implacable del Ser. Bajo el sol esperan reptiles contemplando las flores que dejó la primavera para el invierno.

A ver si nos entendemos.

Esto que esta aquí no soy yo. Aquí esta el reo, el encierro y los barrotes. Soy lo escrito, lo pensado y masticado. El yo queda arriba con sus flaquezas y sus delirios de grandeza. Aquí sólo hay sótano y humedad antigua de días pasados. Aquí canta la voz del trastero de la melancolía y el arrullo de memorias sepultadas. El yo es la razón de la cárcel, la hegemonía de los otros, el motivo de este encierro. Lo que aquí se oye es la estrategia de las trincheras y el burbujeo de heridas y amores pasados. Aquí no esta el yo sino otra cosa. El desertor resignado, el peatón de la noche. No me busquen aquí. Aquí no hay nada... sólo palabras.

viernes, 4 de enero de 2008

Deseo de Año Nuevo

¿Qué podría contarnos el sudor? Y ¿la sangre? ¿Qué melodía encerraría el arpegio del temblor? Semen, flujo y saliva, mudos testigos del placer vertidos en cálidas sábanas de alcobas conyugales o en azulejos fríos de solitarios baños. ¿Qué dirían? Dime… ¿qué dirían? Déjame salir, elevarme, o caer desde este cuerpo tullido de miedo, absorto en la soledad. Déjame marcharme fuera de aquí por ese camino que se abre en cada calle y en cada promesa. El tiempo me abandona huyendo por esquinas y giros de astro. Sol de cada día, estrellas que no veo. La mentira sólida del reloj cae sobre mi cabeza en una cascada sonora de campanas y se lo lleva todo: placer, serenidad y va dejando un ruido de fondo, un silencio, un dolor. Déjame salir. Déjame cerrar la puerta de la casa vacía y abandonarme con el sudor, la sangre y el semen sobre ti hasta que ya no quede ruido ni dolor.