miércoles, 30 de enero de 2008

Aquel que nada desea siempre será libre

Hoy me espolea una urgencia sin nombre. Un deseo de poner fin a una situación que no conozco y que no puedo llegar a identificar. Como cuando apetece comer algo que no esta en la nevera o poseer algo que no está al alcance. No. No sé que es. No intento dando círculos llegar a ningún secreto ni perfilar el rostro o la figura de algo oculto. No hay nada, sólo la urgencia y el apremiante deseo de movimiento hacia alguna parte, cualquier parte o más bien ninguna parte. Un residuo del corazón es posible como lo es una falsa explosión en un motor. Un movimiento para nada e improductivo.
Aun mantenemos la idea de que los errores que cometemos son el resultado de nuestras decisiones, de nuestra falta de información, de formación o por una mayor o menor afiliación a lo que llamamos el Mal. Sí, de acuerdo, en parte, cada una de estas ideas podría fundar una academia de filosofía o una secta, pero también hay espacio para un error sustancial en cada individuo, un fallo de fábrica lejos del alcance de la voluntad o del yo que permanece escondido en el tejido de las bases nitrogenadas y nos hace fracasar. Escribo pensando en el protagonista de los “apuntes del subsuelo” y en el más famoso pero poco leído K. de “El proceso”. Escribo siendo yo mismo víctima de uno de esos movimientos sin nexo recordándome que cada vez que el deseo se adueña de mi se abre la posibilidad de la infelicidad. Que quede claro que el Yo no desea sino que es usado por el deseo. De esta manera un deseo sin nexo según en que casos pueden ser la grieta de los imposibles o el sello de la locura.

1 comentario:

Sergio dijo...

Sin embargo, el deseo es necesario (vaya paradoja).

El texto está bellamente escrito.

Un abrazo.