El cielo es azul
y la isla se mueve con su tectónica parsimonia.
La ciudad bajo el sol del mediodía bulle
sin ser consciente de que navega en el océano
siguiendo el destino incierto de los continentes.
Las calles crecen con los años
a lo largo de tierras que ningún árbol reclama
y hacia lo alto
crecen los edificios totémicos de los sueños de los hombres.
Arañar el mundo, dibujarlo con cemento y acero
conquistando el aire y el tiempo.
Ocultar todo lo incomprensible
bajo una geometría perdurable.
Pero hoy no busco consuelo en visiones de hombres,
hoy mi mente es una serpiente de fuego
que recorre las esquinas buscándote.
Sé que estas ahí en alguna parte de este puzzle
desordenado de horas y espacios,
fragmentada en el recuerdo y en los anhelos.
Debo reunir los pedazos que penden de tu nombre,
restaurar la fuente de nuestro río clandestino
para navegar una vez más en la pendiente del gozo
y sumergirte en la corriente del silencio.
Esta noche debe pertenecernos
para poder cambiarnos la piel el uno al otro,
confundirnos sin miedo en nuestros cuerpos,
que no haya labios para que pueda nacer el beso,
que no haya manos para que pueda crecer la caricia,
que la piel se consuma y ya nunca más estemos desnudos
el uno delante del otro.
Esta noche debe pertenecernos
para que podamos abandonarnos cada uno en su rincón
y el placer no necesite para desplomarse como lluvia de nosotros.
Sólo poder estar sin excusa,
sin motivo y en silencio
confundidos el uno en el otro
dejando que el tiempo gire su reloj
y las olas rompan dibujando sus playas,
dejar que la isla navegue
a donde ella quiera
sin importarnos adonde nos lleva.
Abandonados a nuestra suerte
y seguros
de que ese momento que hemos robado de un sueño
es nuestro
y nadie lo podrá arrebatar.
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