Con el tiempo se aprende que no hay un orden de las cosas. Vivimos en un universo heraclitiano donde el constante cambio es en sí mismo la condición única y fundamental de su propia existencia. Nada visto con la proporción temporal adecuada es inmutable. Todo acontece en el devenir y todo orden es ilusorio y emerge fruto de una perspectiva que siempre será instrumento de una voluntad. Así es como se ponen nombre a las constelaciones del cielo, a los ciclos naturales y a todas y cada una de las cosas porque nombrar es ordenar.
Por eso, a veces, aquello que en el pasado perdimos luchando en todas las trincheras se nos ofrece una tarde inesperada sin esfuerzo. El cuerpo con el que soñamos largamente despierta un día a nuestro lado y aquella voz que perdimos con dolor nos da los buenos días. O tal vez no pero con el tiempo se aprende que no hay orden de las cosas y siempre en cada momento hay lugar para la esperanza.
Por eso, a veces, aquello que en el pasado perdimos luchando en todas las trincheras se nos ofrece una tarde inesperada sin esfuerzo. El cuerpo con el que soñamos largamente despierta un día a nuestro lado y aquella voz que perdimos con dolor nos da los buenos días. O tal vez no pero con el tiempo se aprende que no hay orden de las cosas y siempre en cada momento hay lugar para la esperanza.